En el aparato digestivo periodístico, parece que no hay alimento de más fácil absorción que el que se obtiene al procesar los rumores, de los que se suelen nutrir las arterias de la comunicación, ya sean tradicionales o digitales, incluyendo a esos huéspedes sobrealimentados a los que el director de ‘The Wall Street Journal’, Robert Thomson, calificó de ‘tenias tecnológicas’, los agregadores de noticias. Este alimento de digestión fácil, no sólo encuentra su beneficio al ser ofertado masivamente en los mostradores y escaparates de la comunicación, sino que, además, este hecho implica una retroalimentación en forma de beneficio nutritivo para las lanzaderas de información digitales, que han generado un nuevo modo de entender el ejercicio de la profesión del periodista.
El binomio ‘rumor-multiplicación de medios’ ha provocado cambios en la base de nuestra dieta informativa, ayudando a que se constituya la fisionomía del rumor como, por un lado, la divulgación de información sin medios probatorios seguros para su sustento como noticia, como producto informativo, y por el otro, el rumor mismo como un fenómeno individual y autónomo. De la unión de esta ‘pareja de hecho’, no hemos conseguido sino saturar las arterias informativas de colesterol, de grasas que han sobrealimentado de des-información a los consumidores, quienes a pesar de sus esfuerzos por huir de este tipo de información rápida, les resulta imposible acceder a una información completamente libre de edulcorantes y otros aditivos. La realidad, tal y como nos la muestran estudios como el llevado a cabo por Matias E. Centeno en 2006 por la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) en Argentina, es que la frecuencia del rumor es de carácter diaria en nuestros medios. Este estudio en concreto, reflejaba que casi un 15% de los artículos analizados del diario ‘La Opinión’ de la ciudad de San Luis, se nutrían del rumor como fuente de información. Muchos otros estudios realizados en la misma línea avalan este resultado, y han servido de utilidad en el análisis de los procesos informativos antes de la influencia digital en los medios.
De este modo, resulta evidente que el rumor no puede considerarse como una buena carta de presentación a la hora de exponer el contenido de la noticia, pero parece incuestionable que éste se utiliza como canal subterráneo en la exposición de las ideas, sobre todo cuando queremos alimentar el morbo del que se nutre el mercado de la información. Como toda comida rápida, el rumor se disfraza de alimento nutritivo sirviéndose de una presencia engañosa que promete saciar nuestras necesidades mientras disfrutamos del proceso digestivo de la actualidad, pero que, sin embargo, genera carencias en la salud de la audiencia, en un terreno donde se conjugan variables psicosociales que afectan claramente a los criterios conductuales usados en la comunicación social y al rol ético que sustenta al periodismo. Cabría preguntarse si, al final, comer de vez en cuando algo para matar el hambre acaba siendo tan perjudicial como dicen. El rumor parece ocupar una parte considerable del grosso informativo que se nos oferta, pero no podemos olvidar que vivimos en una sociedad sobrealimentada de información, pero desnutrida al mismo tiempo, donde el rumor, ese capricho informativo de atractiva presentación, le hace un flaco favor a la dieta que nutre nuestro espíritu crítico.
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